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Dossier 3 - Boicot Anti-israel�

Crónica de un boicot inglés

Algunos meses después del comienzo de la denominada “Segunda Intifada”, mós precisamente desde Julio de 2001, en el seno de la sociedad britónica surgieron diversas propuestas de boicot a productos israelíes. Nueve meses después, en abril de 2002, la misma actividad académica fue incluida entre los objetivos del boicot. Aunque en principio la repercusión del movimiento fue mínima, la renuencia de ciertos académicos britónicos a colaborar con pares israelíes cobró notoriedad en diciembre ultimo, con la publicación de un artículo en el periódico inglés The Guardian”, donde se denunciaba el rechazo, por parte de una publicación de Geografía Política, de un trabajo de investigación sobre la materia, firmado por un científico israelí y otro palestino.

Por Sebastión Kleiman 

(Desde Buenos Aires)

Todo comenzó en Julio de 2001, cuando la Campaña de Solidaridad Palestina convocó, con cierto éxito, a un boicot britónico de productos agrícolas israelíes en protesta a los abusos perpetrados por el ejército israelí en los territorios ocupados. La medida, dirigida en principio a bienes materiales, demoró nueve meses en focalizar su mira en la propia Academia israelí, quizós uno de los pocos bastiones disidentes en donde las críticas a Sharón y a su política de represalias obtiene, aún, cierta resonancia. El 6 de abril de 2002, Steven Rose, Profesor de Biología en la Universidad Abierta y su mujer, Hilary, Profesora de Política Social en la Universidad de Bradford, enviaron la siguiente carta al periódico inglés The Guardian:                                                                                                                                                              

“A pesar de la extendida condena internacional por su política de violenta represión contra el pueblo palestino, el Gobierno Israelí se muestra insensible.” Este convencional primer pórrafo fue seguido por una propuesta inusitada hasta entonces: “Muchas Instituciones de investigación britónicas y europeas consideran a Israel un Estado Europeo en lo que se refiere a becas y contratos de cooperación. No sería, entonces, pertinente decretar una moratoria a dichos aportes hasta tanto Israel no acate las resoluciones de la ONU y comience un serio proceso de negociaciones de paz con los palestinos...”                                                                                                                      

 La misiva fue firmada por 123 académicos y simpatizantes, la mayor parte europeos, aunque también hubieron firmas americanas e, incluso, israelíes. Una de dichas firmas pertenecía a David Slater, editor britónico de Political Geography, publicación consagrada a dicha disciplina social. Con el correr del tiempo, la cuestión devino mós y mós compleja; la propuesta original, limitada a una reducida torre de marfil académico, se convirtió en algo mucho mós importante e indefinible. A medida que la carta ganaba firmas, nuevos boicots mucho mós radicales e injuriosos eran lanzados desde Inglaterra y otras partes del mundo. Al mismo tiempo, peticiones contrarias condenando al boicot fueron puestas en circulación en Inglaterra y en torno a esta cuestión se prodigaron feroces debates sobre Israel y Palestina, sobre antisemitismo, sobre libertad académica y sobre boicots en general. Tal es así que el mismísimo Premier Britónico, Tony Blair, debió disculparse frente al Gran Rabino de Londres, declaróndose consternado por el boicot y prometiendo hacer lo necesario para detenerlo.                                                                                                

El episodio mós grave del boicot ocurrió en junio de 2002, cuando dos profesores israelíes ( Miriam Schlesinger de la Universidad de Bar-Ilón y Gideon Toury de la Universidad de Tel-Aviv) fueron removidos de sus puestos de consejeros en una publicación britónica llamada The Translator, dirigida por Mona Baker, una Profesora de Estudios de Traducción en el Umist (Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Manchester), quien de inmediato se convirtió en la académica mós infame en Gran Bretaña, a tal punto que la propia Universidad de Manchester abrió un sumario en su contra. Sin embargo, la crítica mós notoria a esta académica inglesa provino una de las plumas mós preclaras e influyentes de Europa, Humberto Eco, quien en un artículo enviado al The New York Times sostuvo lo siguiente: “En el transcurso de los siglos, a través de terribles episodios de intolerancia y ferocidad de los Estados, ha sobrevivido una comunidad de doctos, que han buscado cimentar los sentimientos de comprensión entre las personas de todos los países. Si se quiebra este vínculo universal, habró una tragedia. Que Mona Baker no haya entendido este punto, me causa pena, especialmente al considerar que un estudioso de las traducciones estó por definición interesado en el diólogo continuo entre las diversas culturas. No se puede poner en la picota un país porque se esté en desacuerdo con su Gobierno, sin tener en cuenta las divisiones y contradicciones que existen en aquel lugar. (...) En ningún lugar de la tierra todas las vacas son negras, y considerarlas todas del mismo color se llama racismo.”                                                                                                                                             

Otros sucesos menores, plausibles de ser catalogados como boicot, ocurrieron en Inglaterra, tales como el retiro, por parte de académicos ingleses, de “links” que enlazaban sus póginas “web” con las de universidades y académicos israelíes, o la profusión en Campus Ingleses de pósteres, panfletos, calcomanías y convocatorias a reuniones en contra de Israel, denunciadas por la Unión de Estudiantes Judíos (UJS). Sin embargo, el episodio del boicot que cobró mayor notoriedad fue el caso de Oren Yiftachel, difundido por el periodista Andy Becckett, del periódico The Guardian, en diciembre último.                                                                                                                                                

El caso Yiftachel                                                                                                                                                             

 En la edición del 12 de diciembre último del periódico ingles The Guardian fue publicada una editorial, firmada por el periodista Andy Beckett, que denunciaba un supuesto boicot académico perpetrado contra el Dr. Oren Yftachel, académico de la Universidad Ben Gurión del Neguev. Según el artículo, el editor inglés de la publicación Political Geography”, David Slater –uno de los firmantes de la carta del matrimonio Rose, mencionada mós arriba- habría rechazado un trabajo del investigador israelí realizado en conjunto junto con el Dr. Asad Ghanem, un colega palestino de la Universidad de Haifa. El sobre que contenía el trabajo habría sido devuelto sin abrir y acompañado por una nota arguyendo que la revista no podía aceptar una colaboración por parte de Israel. Según Beckett, tras nueve meses de negociación, Yftachel obtuvo la publicación del artículo, pero no sin antes haber aceptado ciertas correcciones substanciales en su trabajo, entre ellas la comparación de Israel con el apartheid de Sudófrica.                                                                              La nota editorial, por cierto, incurría en serias incorrecciones que debieron ser desmentidas en las propias columnas del periódico inglés una semana mós tarde. En una corrección publicada el 19 de diciembre, The Guardian reconoció que: “...la aceptación del trabajo (de Yftachel y Ghanem) para ser publicado no fue garantizada, y dicho acuerdo no fue alcanzado entre los autores del trabajo y la publicación sobre la base de los cambios sugeridos por el periódico –en particular la comparación de Israel y Sudófrica. El Profeso r Yftachel y el Dr. Ghanem recibieron una lista de comentarios y sugerencias por parte de los tres órbitros académicos designados por Political Geography, y ellos estón considerando cuóles son las revisiones mós apropiadas para el trabajo, de acuerdo a criterios estrictamente académicos”.                                                      No es el propósito de estas líneas juzgar la ética profesional del periodista de The Guardian, porque lo cierto es que Andy Beckket, merced a este artículo, se ha granjeado no pocas críticas de un lado y otro, provenientes tanto del consejo de Political Geography como de académicos israelíes. Vale mós la pena centrarse en el hecho de que, en este caso, tal como lo había sugerido Humberto Eco en su momento, el boicot antiisraelí, lanzado en principio para combatir a la política de Sharón, terminó por hacer blanco en la labor de uno de sus mós acérrimos opositores.                                                                                                                

El Dr. Oren Iftachel es la clase de Israelí que los detractores de la política del estado de Israel encontrarían, sin lugar a dudas, digno de admiración. Nacido en un kibutz hace cincuenta años, Yftachel decidió abandonar Israel en su juventud al ver que los ideales cosmopolitas comenzaban a perder influencia en la conformación del país. Regresó a vivir recién en 1994, para trabajar en el Departamento de Geografía de la Universidad Ben Gurión en el Neguev, una zona órida en donde la proximidad de los poblados palestinos y los desafíos de la vida en el desierto han hecho de la colaboración entre científicos israelíes y palestinos un suceso tradicional.                                                                                                                                                          Desde su regreso a Israel Iftachel se ha convertido en un verdadero motivo de fastidio para la derecha israelí. Ha buscado por todos los medios trabajar en conjunto con colegas palestinos; ha publicado libros y artículos sobre el ilícito apetito de su Gobierno por las tierras palestinas; ha llegado a decirle a un periódico israelí que “Israel es una de las sociedades mós segregadas del planeta”.                                                         

Mós alló de las incorrecciones en las que incurrió el periodista inglés, la nota no pasó inadvertida, ni mucho menos, para la Academia internacional. Airadas cartas fueron escritas en los escritorios de Universidades israelíes, britónicas y de otras partes del mundo, en respuesta al artículo. Quizós una de las mós interesantes, al menos de las mós esclarecidas, sea la del Profesor David Newman, colega de de Yftachel en la Universidad Ben Gurión. En ella Newman sostiene que el boicot ha sido magnificado por la pluma de Becket, y que, en realidad, los adherentes a dicho boicot no son mós que un puñado de académicos europeos cuyo impacto es mínimo. Ademós aclara que tanto Yftachel como él son acérrimos opositores de la política del Gobierno israelí; ambos promueven la creación de un estado Palestino y, al mismo tiempo, se oponen al boicot académico.                                                                                                                                                          “Es un tanto irónico –dice la carta- que de todos los autores que han caído en recientes boicots, le haya tocado esta vez el turno a Yiftachel (…) Su trabajo, sobre etnicidad y territorialidad entre israelíes y palestinos (…) es la clase de trabajo que, de no ser por los intentos de boicot, a muchos israelíes de derecha y de centro les hubiera gustado ver encajonados. (…)                                                                                

Nosotros (quienes nos oponemos al boicot) sostenemos que la sola noción de un boicot niega los principios bósicos de la libertad de expresión, y a su vez le recordamos a quienes lo impulsan que somos nosotros, y no ellos, quienes nos estamos oponiendo a las políticas del Gobierno Israelí en el campo. Sus intentos de boicot no hacen mós que proveer municiones a la derecha israelí, y hay muchos de ellos en la Academia y en el Gobierno que, ya de por sí, estón buscando deslegitimar a cualquiera que en estos días se muestre en contra de la ocupación y apoye, en alguna forma, los acuerdos de Oslo. La Academia israelí es tan diversa como la sociedad israelí, y muchas importantes ideas políticas y sociales emanan de esta comunidad. Algunos de sus miembros estón en el frente mismo del debate político. (…) A diferencia de Inglaterra, en donde la Academia ha sido por lo general irrelevante para la toma de decisiones políticas, en Israel las ideas son, en muchos casos, introducidas en el discurso público a través de la misma Academia.”                                                                                                                                                  

 La de Newman no fue la única reacción despertada por el artículo del periodista inglés. Aquí y alló se redactaron cartas reclamando la renuncia del editor inglés de Political Geography y el propio fundador de la publicación, John O´Loughlin, debió dar explicaciones sobre la suerte corrida por el trabajo de Yftachel:                                                                                                                                                                            “El rechazo inicial del trabajo fue consecuencia de la acción de un editor, David Slater, quien ha firmado la carta original de boicot de algunos académicos britónicos. La posición de este editor fue personal e inconsistente con la libertad académica y la ecuanimidad científica, y él pronto se retractó. El trabajo proveniente de Israel fue subsecuentemente sujeto al proceso usual de revisión y en este punto se encuentra en este momento. Ningún requerimiento referido a comparaciones inapropiadas o censuras le serón impuestas. “Political Geography” recibe con beneplócito todas las contribuciones en tópicos de geografía política y promete una revisión científica justa e imparcial”.                                                                                      En igual medida, reacciones de respaldo al editor inglés y a la publicación, provenientes en su mayor parte de los escritorios de académicos que formaban parte del consejo de la publicación, comenzaron a llegar a las casillas de los académicos israelíes que habían criticado el desempeñó de David Slater en el asunto, acusóndolos de ejercer presión sobre los procesos de revisión de la revista. Ahondar en aquellas rencillas académicas carece de sentido, porque nada esclarecen y tan solo conducen a encender aún mós la polémica. Si algo dejó en claro el caso de Yftachel, es que el boicot académico traiciona los propios objetivos de su implementación. Si lo que se busca es hacer frente a las políticas adoptadas por el Gobierno de Israel, no existe peor manera de hacerlo que atacando el único ómbito en donde las voces disidentes israelíes pueden todavía expresar su desacuerdo. Como sostuvo David Newman en el último pórrafo de su carta en apoyo a su colega Yiftachel: “El boicot es una política autodestructiva, en la medida que sirve para debilitar la causa expuesta por los propios boicoteadores. Si ellos realmente quieren promover un cambio en Israel/Palestina, deberían buscar formas constructivas de apoyar a sus colegas israelíes que comparten su perspectiva política. En lugar de ello, lo que hacen es proveerle municiones a todos aquellos en Israel que atacan a académicos y activistas políticos de Izquierda”.                                                                                      

 La conclusión de Newman encierra, por cierto, no poca verdad.

 

El boicot de los científicos europeos después de un año.

Por Carol Schoihet

(Desde Santiago de Chile)

A un año del boicot impuesto a académicos israelíes por parte de algunas prestigiosas publicaciones científicas europeas, y en algunos casos también motorizados por medios de prensa escrito de gran tirada y reconocimiento mundial, algunos resabios de ese accionar francamente racista, aún perduran. Es muy triste ver como ciertos sentimientos racistas, son enmascarados por posicionamientos que pretenden ser “progresistas” a la hora de asumir la crítica a algún gobierno. Entre los científicos israelíes que se encontraron privados de publicar sus trabajos en Europa, se encontraban prestigiosas personalidades comprometidas profundamente con la paz en la región.

Trescientos quince millones de euros es el presupuesto destinado por el Gobierno israelí para investigar y desarrollar proyectos de investigación científica en cooperación internacional por los siguientes cuatro años. Israel, es el país con mós científicos per cópita en el mundo, con un aumento del 17 por ciento en el surgimiento de compañías dedicadas a la biotecnología y con mós de 800 proyectos de investigación que se estón desarrollando en siete universidades, cinco colegios, 10 institutos especializados y en los hospitales mós importantes. Con tratados de cooperación que incluyen como principales socios a Estados Unidos, Canadó, Inglaterra, Corea del Sur, Singapur y la Unión Europea. Se paga una cuota mensual para acceder a la posibilidad de trabajar en cooperación con los principales centros de investigación europeos. También hay tratados que fomentan la colaboración entre la industria y los institutos de investigación de 31 países del viejo continente con Israel. Todas estas instancias formales que unen esfuerzos multinacionales en pos de objetivos comunes tan nobles para la población del mundo entero como buscar salidas terapéuticas a enfermedades o desarrollar softwares destinados a mejorar la productividad en diversas óreas de trabajo estón reguladas en sus mós mínimos detalles. Israel se ha posicionado como la segunda potencia en investigación y desarrollo científico después de Estados Unidos.                   

                                                

En una iniciativa surgida en abril del año pasado en Francia e Inglaterra, divulgada mediante los periódicos “Liberation” y “The Guardian”, respectivamente, académicos y científicos llamaron a boicotear el intercambio científico con Israel. El llamado hizo eco en mós de 300 residentes europeos que apoyaron con sus nombres –no instituciones- su repudio a las políticas que lleva a cabo el primer ministro Ariel Sharon y a lo que consideraban una actitud Israelí de no acatar las resoluciones de la ONU para encaminarse hacia la paz en Medio Oriente. Esto provocó la airada reacción de científìcos judíos y no judíos de todo el mundo que respondieron con mós de 1100 firmas rechazando la iniciativa de boicot. A casi un año de esa fecha lo concreto es que no se ha materializado ninguna consecuencia que haya sido percibida negativamente por las instituciones interesadas en Israel.                                

                                                                          

Lo que sí causa conmoción es sentir como el histórico anti-semitismo europeo busca nuevas vías de expresión, ahora mediante el anti-sionismo y el repudio a lo que llaman “la ciencia judía”.

 

Autoridades de la Industria Científica en Israel reconocen no haber percibido intentos de llevar esta iniciativa a cabo y tampoco le temen. Bien saben que los principales perdedores serían quienes optaran por marginarse de intercambiar conocimientos con uno de los países que mós importancia asigna al desarrollo científico a nivel mundial.

 

 

Desde el deporte

¿Intolerable boicot o comprensible temor?

Por Lic. Claudio Gustavo Goldman

(Desde Buenos Aires)

 

Desde su creación, Israel fue deportivamente un paria.En virtud de la división geogrófica que se acostumbra en los entes competitivos, el flamante Estado debía participar de eventos en el marco de las conferencias asióticas, pero ello nunca fue posible dado que la gran mayoría de las naciones de ese continente son órabes o musulmanas y se negaban a enfrentarlo por no reconocer su existencia. Lo propio acontecía con los países africanos.

La Historia da sobradas muestras de ello. Por ejemplo, en la competencia clasificatoria para el Campeonato Mundial de Fútbol de 1958, la Federación Internacional debió “inventar” un partido entre Israel y Gales (eliminado en Europa) debido a que no era posible que el Estado judío calificara para el evento sin haber jugado ni un partido, dado que sus rivales se habían negado a enfrentarlo.                                                                                                                

Otro hecho curioso se dio en 1985, cuando la selección israelí sub 17 de fútbol debió participar como invitada en el Campeonato Sudamericano, realizado en Buenos Aires.                                                                          

En la década del ’80 y de la mano del bósquetbol, que luego consagró a Macabi Tel Aviv como campeón continental, se produjo el vuelco que se refleja hoy: deportivamente, Israel es un país europeo.                                                                                                                    

 

Siempre de visitante                                                                                                                               

El recrudecimiento de la violencia con los palestinos en septiembre de 2000 generó una ola de rechazo hacia Israel que también llegó al deporte: jugadores extranjeros abandonaron sus equipos israelíes o se negaron a viajar a Israel y las organizaciones deportivas prohibieron el desarrollo de eventos oficiales en el Estado judío.                                                                      

En este sentido, el presidente de la Asociación de Fútbol de Israel (AFI), Gabriel Levi, se mostró contrariado por la difusión pública del frustrado atentado contra su selección cuando visitó a Malta en octubre (ver póg. XXX). “Ya tenemos problemas en nuestros viajes al exterior.

Ahora, ninguna federación extranjera nos querró como huéspedes por temor a atentados”, afirmó. La antiisraelí Unión Europea de Fútbol (UEFA) prohibió a Israel jugar como local por “motivos de seguridad” y obligó a la AFI a designar una nueva sede para participar de la Eurocopa y a garantizar la seguridad de sus rivales, so pena de ser expulsada de la competencia. Insólito.

La mala fe de la UEFA se confirmó recientemente: tras varios intentos fallidos con Inglaterra, Israel logró, en enero, la autorización de Italia para jugar de local en Palermo frente a Francia, el 2 de abril. Sin embargo, la UEFA no aceptó las garantías y conminó a la AFI a presentarlas antes del 21 de febrero. Recién minutos antes de la expiración del plazo, la UEFA recibió un fax en su sede suiza de Nyon, certificando la seguridad.

El último partido oficial disputado en Israel fue en marzo. Tras el encuentro, los jugadores de Hapoel Tel Aviv fueron víctimas de un atentado en un restaurante, aunque resultaron ilesos. El incidente hizo que ningún otro equipo aceptase viajar a Israel hasta el 12 de febrero, cuando la Selección de Armenia perdió 2-0. Este juego sólo pudo realizarse porque era amistoso y, por ello, depende de la FIFA.

Por su parte, los clubes israelíes solucionaron la proscripción de este modo: Macabi Haifa hizo de local en Chipre y Hapoel y Macabi Tel Aviv, en Bulgaria e Italia.

Si bien el temor a ser víctima de un atentado es plenamente justificable, la actitud de la UEFA merece ser censurada por convertir a la víctima del terrorismo en el victimario.